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El buen salvaje

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Los viajeros del siglo XVI forjaron imaginativamente dos versiones del mito del “salvaje” en América. Desde los primeros relatos de Cristóbal Colón, se perfila la noción de que la inocencia (representada en la desnudez misma y la falta de pudor de los indios), la dulzura y la cortesía natural de los habitantes de estas latitudes los aproximaba a una suerte de estado prelapsario frente al cual los distintos autores asumieron actitudes diferenciadas según su procedencia, intereses y prejuicios. Dependiendo del punto de vista, el mito del buen salvaje permitía proyectar sobre la imagen de América los anhelos y carencias del propio lugar de origen. Pero también permitía dividir a los pueblos y naciones indígenas en dos categorías: los indios susceptibles de ser “civilizados”, sometidos y asimilados por el dominador; y los indios idólatras, sanguinarios, demoniacos, antropófagos, ingobernables y, por ello, aniquilables.